Al comparar los distintos modelos de toma de decisiones públicas que hemos visto hasta ahora me gustaría llamar la atención sobre un hecho. Y es que esos modelos tienen distintas potencialidades. Algunos modelos son muy buenos para describir la realidad. Otros modelos en cambio nos abren nuevos horizontes desde el punto de vista de cómo deberían ser las cosas. Algunos tienen capacidad descriptiva y en cambio otros tienen capacidad prestrictiva. Por ejemplo, el modelo de la racionalidad es un modelo que, a priori, lo que nos dice es cómo deberían tomarse las decisiones públicas. En realidad no pretende decirnos cómo se toman en la práctica las decisiones públicas. El modelo de la racionalidad reconoce que a menudo las decisiones no son fruto de un análisis racional del problema, de las alternativas, etcétera. Sino que las decisiones se toman más sobre la base de criterios políticos que sobre la base de criterios técnicos. Es un modelo, por lo tanto, que nos dice cómo deberían ser las cosas. Reconociendo que las cosas no son como deberían ser. En cambio, el modelo incrementalista, para poner otro ejemplo, es un modelo que tiene capacidad descriptiva, en ese sentido se ha dicho que es un modelo muy realista. Porque efectivamente nos dice cómo se toman las decisiones públicas en la práctica. En cambio, es un modelo con menor capacidad prescriptiva. Porque si lo miramos críticamente, el modelo incrementalista nos lleva hacia un cierto conservadurismo, como dijimos anteriormente. Nos lleva a esa idea de que las políticas públicas solo pueden representar cambios marginales respecto a las políticas que you se venían llevando a cabo. En principio esto no es algo positivo ¿no?, lo que podríamos, deberíamos aspirar a que las políticas pueden representar cambios importantes respecto a las situaciones que tenemos de partido. Me gustaría ahora entrar un poco más a fondo en la discusión de carácter más prescriptivo sobre cómo deberían tomarse las decisiones públicas. Y en ese sentido querría empezar con la idea de que probablemente no existe un modelo que sea válido universalmente frente a cualquier tipo de situación pública, sino que más bien lo que deberíamos pensar es que existen distintos modelos de toma de decisiones adecuados para distintos tipos de problemas. Esto es lo que se intenta explicar aquí en este cuadro. En este cuadro planteamos cuatro posibles escenarios. Clasificados a partir de dos criterios. En primer lugar, en qué medida los objetivos, el decisor público son claros o no son claros y en qué medida generan o no generan conflicto. El segundo criterio hace referencia a las tecnologías o a los medios para alcanzar determinados objetivos. Aquí la gran diferenciación se produce entre aquellas situaciones en donde tenemos claro cuál es la metodología que nos permite alcanzar ciertos objetivos, por lo tanto nos movemos en un escenario de certidumbre. O aquellos otros escenarios en los que hay incertidumbre en el sentido de que no tenemos claros cuáles son los medios que nos permiten alcanzar los objetivos que deseamos. Veamos algunos ejemplos concretos repasando cada uno de estos cuatro escenarios. En el primer escenario tenemos claro lo que queremos, además existe consenso sobre esos objetivos y tenemos clara cuál es la metodología, la tecnología, los medios que nos van a permitir alcanzar esos objetivos. Un ejemplo de ello sería pues cuando tenemos una epidemia en una determinada comunidad y conocemos la vacuna que nos permite dar respuesta a esa epidemia. Que nos va a permitir erradicar esa epidemia. En este caso lo más adecuado es tomar la decisión según el método racional de toma de decisiones, o de acuerdo con los llamados principios burocráticos. En definitiva, si you conocemos la vacuna que nos permite erradicar esa epidemia, lo que tenemos que hacer es diseñar un protocolo de actuación que asigne responsabilidades y tareas a distintas unidades organizativas. Y deberemos ir aplicando sistemáticamente, reiteradamente, ese protocolo de actuación, hasta dar por erradicada la epidemia. Nadie discute la necesidad de erradicar esa epidemia, en ese sentido tenemos los objetivos claros y además conocemos la tecnología, en este caso la vacuna, que nos permite dar respuesta al problema de salud pública que tenemos. Aquí no necesitamos tener grandes debates políticos, grandes procesos participativos. Los técnicos you saben lo que hay que hacer y por lo tanto lo que deberían hacer es implementar de la forma más racional posible las soluciones que ellos you conocen. En el segundo escenario no tenemos discrepancias en cuanto a los objetivos, los objetivos están claros y generan consenso, pero en cambio hay incertidumbre sobre los métodos, los medios y sobre las tecnologías que nos permiten alcanzar esos objetivos. Un ejemplo de esto sería, por ejemplo, una situación en la que se observa un incremento de la siniestralidad en las carreteras. Todo el mundo está de acuerdo en que hay que reducir la siniestralidad en las carreteras. En principio nadie pretende que aumente la siniestralidad, ese objetivo está claro, y por lo tanto genera también consenso entre todos los actores. Lo que no está tan claro, en cambio, es qué tecnologías nos permiten, qué tipo de actuaciones públicas nos permiten dar una respuesta definitiva a ese problema. ¿Qué es lo que deberemos hacer ante este tipo de situaciones? Donde los objetivos están claros pero los medios no lo están tanto. Lo que deberemos hacer será experimentar. Ir por ejemplo a ver lo que se ha hecho en otros lugares y ver si ha funcionado o no ha funcionado. Tratar de adoptar medidas concretas y observar en qué medida esas medidas están contribuyendo o no a dar solución al problema que tenemos planteado. Estamos planteando, en definitiva, un proceso de experimentación, de ensayo y de error. El decisor público va a ir adoptando medidas concretas y va a ir observando la medida en que esas intervenciones permiten dar una respuesta efectiva o no al problema. Aquello que funciona se va a persistir en ese tipo de intervenciones, aquellas intervenciones en cambio que no funcionan, se van a ir desechando. En el tercer escenario, el problema que tenemos planteado, no es tanto un problema técnico, en el sentido de que hay quizás un conocimiento y un consenso en la comunidad técnica o científica sobre cuales son las mejores soluciones frente a un determinado problema. Sino que el gran reto que tenemos en este tercer escenario es que la implementación de esas soluciones puede llegar a generar conflicto. Pensemos, por ejemplo, en los llamados casos nimby, los casos que la literatura anglosajona ha denominado not in my back yard. Todo el mundo por ejemplo sabe que necesitamos cárceles. En mayor o en menor medida, pero necesitamos cárceles. En cualquier sociedad. El debate en todo caso está en donde se ubican esas cárceles. Igual podríamos buscar otros ejemplos, como plantas de tratamiento de residuos por ejemplo. Todo el mundo sabe que esa tecnología es una tecnología necesaria para el buen funcionamiento de nuestra sociedad, pero en cambio, en el momento de decidir dónde se va a localizar esa tecnología aparece un conflicto político porque la comunidad que tiene que recibir esa tecnología no la quiere al lado de su casa. Por eso hablamos del not in my back yard. ¿Qué es lo que debemos hacer ante este tipo de situaciones? Negociar. Las distintas partes interesadas, en este caso el decisor público y la comunidad directamente afectada por esa decisión, tienen que exponer las razones por las cuales adoptan unos determinados posicionamientos frente a ese problema. Tienen que tratar de explorar posibles puntos de equilibrio. Y finalmente tienen que llegar a algún acuerdo. Por ejemplo, si decidimos localizar aquí esta cárcel, a lo mejor lo haremos de una determinada forma, podemos hacerlo de una determinada forma que minimice los impactos sobre la comunidad en cuestión. Todo eso está susceptible, debería ser susceptible de procesos de negociación. pública. Vamos avanzando entonces hacia el cuarto escenario, que es el escenario de máxima complejidad. Es un escenario en el que, por un lado los objetivos no están claros o generan conflicto, y por otro lado no hay certidumbres técnicas o científicas sobre cuáles son los medios, las metodologías, las tecnologías que nos permiten alcanzar los objetivos que pretenden. Pongamos un ejemplo. La regeneración del centro histórico de una gran ciudad. Es una situación altamente conflictiva. Porque por un lado, seguro que en ese centro histórico va a haber muchos intereses en juego contrapuestos. Los intereses de los pequeños comerciantes, los intereses de las grandes cadenas comerciales, los intereses de los hoteleros, los intereses de los vecinos, los intereses de las empresas turísticas, etcétera, etcétera. Vamos a encontrarnos con una gran complejidad de intereses y por lo tanto con un potencial choque de intereses y de objetivos. Pero además, tampoco está clara cuál es la metodología, cuáles son las tecnologías, qué tipo de intervenciones públicas nos permiten regenerar el centro histórico de una ciudad. De hecho, seguramente si analizamos a fondo la cuestión no todos estamos de acuerdo sobre cuál es el significado de la regeneración, qué significa regenerar un territorio. Por lo tanto estamos en una situación de máxima complejidad y en esa situación de máxima complejidad política y técnica es donde la forma más adecuada de toma de decisiones es lo que llamamos el trabajo en red. Tratar de poner en la mesa todas las distintas partes implicadas en ese conflicto o en ese problema, tratar de intercambiar información, puntos de vista, tratar de encontrar soluciones que representen puntos de equilibrio entre los intereses de todas las partes implicadas. Tratar de colaborar, tratar de corresponsabilizarnos en el proceso de implementación de las políticas. Todo este trabajo en red debería permitirnos hacer mejores políticas para hacer frente a problemas que son altamente complejos. Este cuadro en definitiva lo que nos dice es que debemos ajustar o adaptar la forma de tomar decisiones a la naturaleza de los problemas colectivos. Uno de los problemas habituales que nos encontramos en la elaboración de políticas públicas y concretamente en la toma de decisiones públicas es que adoptamos métodos o formas de toma de decisiones que no se ajustan con los problemas que tenemos sobre la mesa. Por ejemplo, muchas veces estamos en situaciones de alta complejidad política y técnica pero el decisor público no es capaz de entender que el problema que está afrontando es un problema muy complejo y pretender actuar como si ese fuera un problema muy simple. Como si los objetivos estuvieran claros y como si las tecnologías o los medios también estuvieran claros. Ese desajuste entre la naturaleza del problema y la forma o el método de toma de decisiones, que finalmente se adopta, ese desajuste es causa muchas veces del fracaso de las políticas públicas. A menudo estos desajustes no reflejan tanto la falta de pericia del decisor público, su incapacidad para entender el problema, muchas veces lo que ocurre es que el decisor público no es capaz de anticipar cuál es el conflicto que puede aparecer en la adopción de una determinada decisión pública. El decisor bien sabe que una determinada solución técnica funcionará y cuando trata de implementar esa solución le aparece un conflicto que no había sido capaz de anticipar.