Las redes sociales que se presentan como cualquier avance tecnológico del sistema capitalista, como una maravilla que nos conduce al progreso y que siempre deja ángulos oscuros sin iluminar. Es verdad que el desarrollo tecnológico tiene logros espectaculares, lo cuentan Marx y Engels al comienzo del Manifiesto Comunista. Es verdad que el desarrollo tecnológico nos lleva a la Luna, pero cuidado, en un árbol del Amazonas, ese que está ardiendo ahora mismo, hay más tipos de hormigas que en toda Gran Bretaña. Y, por tanto, hay una parte oscura de ese desarrollo tecnológico que queda oculta y que, por tanto, hay una voluntad de dejarla en el lado oscuro para que no genere algún tipo de respuesta en nombre de los que plantean que no se pueden convertir en mercancías la vida, la naturaleza, el conocimiento, etcétera. Las redes sociales, como decía, siempre han estado inicialmente en manos de los que van unos cuantos pies por delante, unos pasos por delante de nosotros, han sido utilizadas de una manera espuria para intentar convencernos de las bondades de lo que estaba ocurriendo. Y eso nos lleva a entender que, eso que parecía gratuito, como las redes sociales, como Facebook, como Google, etcétera, como YouTube, en el fondo no era verdad que fueran gratuitas, sino que esas personas que van a unos pasos por delante de nosotros, estaban utilizando esa supuesta gratuidad para cobrarnos con nuestros datos una información que nos convierte en esclavos en el siglo XXI. Si han leído ustedes la novela de Orwell, <i>1984</i>, saben ustedes que al final, el gran poder del <i>Big Brother</i>, del Gran Hermano, consiste en darle a cada ciudadano el miedo que más le aterra. Bueno, pues estamos en esa situación, ese <i>"Big Brother"</i> que supone esa suma de Facebook, de Instagram, de WhatsApp, de Telegram, de YouTube, esa suma, sabe de nosotros cuáles son nuestros deseos y nuestros miedos y utiliza nuestros deseos para vendernos cosas, y utiliza nuestros miedos para que no cambiemos la realidad de nuestros países. Al final, debemos entender algo que dijo Ferdinand Lasalle, un marxista alemán contemporáneo, un poco más joven que Marx, que dijo que la verdad es revolucionaria, una frase que después se utilizaría Gramsci, en el frontispicio de su periódico en <i>L'Unità</i>. La verdad es revolucionaria en la medida en que la verdad desnuda los privilegios. La verdad es revolucionaria en la medida en que los seres humanos que son conscientes de un dolor que podría no ser así, los hace traspasar esa ecuación de doler, saber, querer, poder, hacer y transformar nuestras realidades y, por tanto, la capacidad tecnológica se usa de una manera abusiva para que el dolor no se convierta en conocimiento. Eso ha ocurrido históricamente con el monopolio de la Iglesia, con el monopolio de la escuela, que a menudo en América Latina, igual que en España, han estado muy mezcladas, se ha entregado el monopolio de la educación a la Iglesia, pero también y es muy importante entenderlo con el monopolio de unos medios de comunicación, que no pueden contarnos verdades alternativas para no transitar esa voluntad política de cambio. Antes los revolucionarios iban a la sierra, hoy los revolucionarios, es decir, las personas que quieren hacer posible lo imposible en nuestras sociedades, un revolucionario no tiene por qué asaltar el Palacio de Invierno, simplemente como decía Lula, puede querer comer tres veces al día. Un revolucionario hoy en día no tiene por qué ir a la sierra, hoy tiene que ir a los platós de televisión. Un revolucionario o una revolucionaria, hoy, está en la guerrilla mediática de las redes sociales, luchando contra este poder inicial y toda esa ventaja que sacan aquellos privilegiados que han utilizado siempre el desarrollo tecnológico para obtener beneficios en las sociedades capitalistas y agrandar las desigualdades. Creo que cometeríamos un grave error si, como los ludita, rompiéramos los telares para recuperar los trabajos perdidos. No, creo que la tarea al revés es, hacer algo que no ha sido capaz de hacer nunca el pensamiento progresista ni la praxis progresista que es, por ejemplo, hacer buena televisión, hacer buenos medios de comunicación, hacer un tipo de diálogo que sea interesante, que convoque al espectador, pero que al mismo tiempo no te deje indiferente. Como dice Han, el filósofo coreano, "corremos el riesgo en nuestras sociedades hiper consumistas, de quedarnos anclados en el egoísmo". Esa búsqueda de un lugar en el mundo basado exclusivamente en cuánto consumes, al final te convierte en un ser egoísta que a codazos encuentra su espacio solamente queriendo acumular esa mayor cantidad de consumo. Pero, al final, estamos como una suerte de espejos frente a las Torres Gemelas, consumiendo narcisistamente productos que lo único que hacen es justificar una supuesta voluntad de realizarnos, ¿en dónde? ¿En ver series de televisión prácticamente iguales? ¿En entregarle a Spotify nuestros gustos musicales? ¿En escuchar noticias que de alguna manera nos invitan a la parálisis?, ¿en creer que porque hacemos un meme o damos un <i>like</i>, somos unos revolucionarios? No, creo que estamos en un momento histórico de crisis, es decir, donde lo viejo no termina de marcharse y lo nuevo no termina de llegar, con unos desarrollos tecnológicos que nos cuesta acompasarnos, todavía hay discusiones sobre el aborto y ya tenemos que pensar la clonación, el desarrollo tecnológico nos está desbordando. Pero, es razón de más para hacer el esfuerzo igual que hace 200 años hicieron los pueblos los esfuerzos de alfabetizarse, tenemos que hacer el esfuerzo de alfabetizarnos audiovisualmente, porque si no, estaremos perdidos y ocurrirá aquello que decía Malcolm X, que "terminaremos odiando a las víctimas y amando a los verdugos".